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Pintura

Cristina Iturrioz sabe que el
artificio acaba creando verosimilitud. Sus comienzos artísticos se orientaron hacia el dibujo, el diseño gráfico y la pintura figurativa, con la naturaleza como motivo, con la realidad como modelo. La mímesis de lo contemplado era su objetivo en el arte, pero de modo paulatino comprendió que a la mirada inmediata de las cosas cabía aplicarle una visión personal, una interpretación singular, un paso más allá que confieren la propia reflexión y el estilo. Un lenguaje propio, en paralelo con la expresión de Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia, que aboga por la creatividad femenina.


Cristina Iturrioz habla de la necesaria “soledad del estudio” para interiorizar el pensamiento y la creación. El retrato libre, desenfadado y pop fue uno de los primeros trabajos que desarrolló con gran éxito de aceptación entre una clientela entusiasta que difundía boca a boca su obra. Una etapa que vivió sobre todo en su estudio de Marbella. Fue un tiempo feliz y desenvuelto en la década de 1990 y principios de 2000, en el que su arte tenía acentos espontáneos. Pero sus pasiones y deseos iban más allá; empezó a sentir que buscaba otra cosa; comenzó a investigar en un arte más libre todavía de la realidad y de la mímesis. Un arte de calidades y texturas en el soporte, un hacer más expresionista en la abstracción.


Su trayectoria comenzó hacia 1990, algo que la pintora navarra ha querido celebrar en este libro. Veinte años de entrega al arte suponen un buen momento para recapitular. Algunos coleccionistas fieles se lo pedían: un libro que acoja su trabajo artístico, principalmente el de su último período, en el que la autora se ha volcado con mayor rigor e intensidad, mostrando una línea de investigación peculiar en sus series a partir de un elemento o forma que cambia de escala hacia lo diminuto y que ha manipulado plásticamente hasta el asombro. Es una clara etapa de entrega, reflexión y madurez. Los motivos de inspiración o de apoyo los describe Cristina Iturrioz con claridad en sus entrevistas: “Al crear intento trasladar lo que está rondando en mi mente y sale de forma espontánea. Unas veces son imágenes, otras sensaciones, objetos, personas, películas, viajes, música, algo que me llamó la atención… Al terminar, intento ver si cuadra con aquello que imaginaba y si coincide con lo que ideé, vi o sentí”. En suma, el arte se alimenta de las emociones y al mismo tiempo es una herramienta para canalizarlas. “El arte juega una parte formativa en la manufactura de la verdad”, como dice Gerhard Richter.


Cristina Iturrioz es una mujer trabajadora y disciplinada, porque está convencida de que es bueno que la inspiración nos encuentre trabajando. “Cuando entro de lleno en la investigación o realización de una obra, no puedo dejarla”, insiste la artista. En sus estudios de Madrid, Pamplona o Marbella —según sus estancias o viajes—, se da su entrega y ofrecimiento de tiempo y energía al arte —su verdadera vocación y pasión—, una dedicación intensa y prolongada, hasta decir con Cy Twombly: “Pintar lleva siempre consigo algún tipo de trance”, para lograr lo mejor de sí misma, la obra más perfecta que esté a su alcance. La artista navarra matiza sobre el proceso de la creatividad en su propio caso: “Puedo estar más de un mes sin trabajar en el estudio, pero mi mente no deja de pensar e imaginar lo que voy a hacer a continuación, cuando me encierro durante días enteros con jornadas de dieciséis horas”.


Hay un tiempo para todo, dice el Eclesiastés; tiempo de pensar y tiempo de hacer; tiempo de reflexionar y tiempo de decidir; tiempo de imaginar y tiempo de realizar; tiempo de nutrirse y
tiempo de desvelar energías. A la pintora —en la actualidad residente a caballo entre Madrid y Pamplona— le gusta el cartón como soporte de la pintura, porque absorbe muy bien los pigmentos, lacas y barnices que necesita para expresar la plasticidad buscada. Una técnica mixta de belleza y efectos visuales muy concretos. Cartones que tienen un grosor preciso para trabajar en ellos las perforaciones que abren espacios en el soporte con incisiones de punzón, siguiendo la escuela de Lucio Fontana, aunque desde distintos parámetros. De ahí su serie denominada Cartones, en los que la pintora muestra sus abstracciones, mapas de color, paisajes abstractos —paisaje y abstracción siempre han dado un maridaje interesante— o bosques insinuados, ramajes, parras… pero siempre dentro de una figuración simplemente abocetada y de cambios de escala que llevan a la factura de cuadros atrayentes. Tierras de fuego tituló una de sus exposiciones en Madrid en la que se veían cuadros con rojizos y anaranjados luminosos, con polvo de mármol, sílice, nácar, arenas, esmalte…


En algunos de ellos aparecía también el claroscuro. La pintura la ha llevado igualmente a realizar murales de gran formato, sobre madera de barco, donde los materiales textiles, cordajes, hilos, maderas o papel de embalaje parecen llevarnos a una reconstrucción con los restos de un naufragio. Homenaje a África es otra serie pictórica de 2014 en donde recrea referencias iconográficas del continente madre de la humanidad, según los científicos. Los iconos son alusivos, desdibujados, abiertos y sugerentes. El espectador necesita mirar atentamente para descubrir selvas, estepas, máscaras, frutos y otros elementos de la tierra, abiertos en su dibujo y con cambio de escala. Los Graffiti constituyen otra de sus series. La pintora se recrea en los distintos y sugerentes grafitis de las calles en las ciudades, e incluso ha adquirido a algunos grafiteros obras comercializadas en galerías de arte. Seguidamente quiso probarse como grafitera en una serie corta y muy personal. El magisterio de Jackson Pollock late tras estas obras con los drippings y gestos automáticos.

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