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Fotografía

La fotografía digital hizo aparición en la creatividad artística de Cristina Iturrioz en el año 2000. Con ella descubrió la versatilidad e inmediatez de la imagen al poder cambiarla de escala y jugar con ella hasta el infinito en la forma, ritmo y color. Elegir elementos como un jinete, una bailarina o un maniquí articulado de madera —imágenes seleccionadas para sus piezas fotográficas— y convertirlos en meros objetos de composición seriada, como si fueran un alfabeto o un vocabulario icónico particular, le ha deparado numerosas satisfacciones.


Las series fotográficas jugaban con la imagen o su reflejo multiplicado en composiciones de grupos o familias, con ritmos verticales, horizontales, diagonales, círculos o cuadrados concéntricos, trapezoidales sobre fondos negros, rojos, azules, verdes, amarillos… La paleta de colores no tiene fin en sus mezclas y alternancias. Sueños de policromía, llama la autora a este caleidoscopio cromático infinito en movimiento. Este trabajo ha sido llevado en ocasiones más allá del papel fotográfico, al metacrilato sobre acero o aluminio, otros materiales singulares como soportes de la creatividad plástica. Bailarinas, Jinetes y Muñecos articulados son los nombres de las series fotográficas de la autora, que hablan de danza, velocidad y movimiento. Todo ello en consonancia con el ritmo frenético con que Cristina Iturrioz trabajó estas series visuales en su imagen de partida.


El reduccionismo y la repetición de la imagen en estas fotografías constituyen una especie de minimalismo en consonancia con la cultura del computador, la tecnología y la industria. Hay una cierta radicalidad
 no exenta de cierto espíritu lúdico a lo Archimboldo en su planteamiento; cuando el espectador se acerca a la imagen y comprueba que los elementos que componen los corros o mariposas que se ofrecen a la vista son diminutas bailarinas, jinetes o muñecos. Se ha dicho que la poética de la cadena de montaje había impresionado y seducido a los vanguardistas históricos de principios del siglo xx. En el caso del trabajo de Cristina Iturrioz, son figuras mecanizadas, a partir de una imagen
realista llevada a mínima escala, que producen cierto extrañamiento visual, más alejado, por tanto, del citado pintor italiano. Con cada figura diminuta y mecanizada, además de geometrías, compone figuras orgánicas como mariposas, combinaciones florales, corros…


Pero la fotógrafa no se despega de la pintura y la superpone con frecuencia sobre sus fotografías, siguiendo el pálpito de su admirado Gerhard Richter, ese gran artista alemán que no ha querido caer nunca en la cárcel del estilo. Parece como si Cristina Iturrioz buscara un intercambio de materiales y pigmentos para romper imágenes y fronteras de géneros al mismo tiempo; como si pretendiera sensaciones nuevas o unión de diversos, cuando no de contrarios. Una amalgama de pulsiones estéticas, de dos lenguajes distintos, fotografía y pintura, que se hacen armoniosos compañeros de viaje, al cabo de un tiempo y tras una tradición que los consideraba enemigos. La idea de la mujer sola, que baila consigo misma, como conductora de su propia vida, como buscadora de su propio equilibrio a través de formas camaleónicas o mutantes, se refleja con profusión en una primera serie fotográfica, de la que habría de nacer la imagen repetida y multiplicada. Una mujer a la que representa junto a diferentes atributos simbólicos como la balanza, los hilos, palos y cuerdas de marioneta.


Rostros y Miradas completan esta visión de la mujer, en la que la autora parece hacer una reflexión personal “en voz alta”. Los desnudos en blanco y negro son otra serie de Cristina Iturrioz sobre el cuerpo humano protagonizada por la mujer, sola o acompañada de figuras masculinas o femeninas. La serie se denomina directamente Desnudos. En ella unas veces se resalta la anatomía y, otras, las poses femeninas, con guiños a la pintura velazqueña. Esta serie casi parece un paréntesis entre el océano de color de la artista. Hay otra serie fotográfica sombría, oscura, creada a partir de una pérdida personal de la autora, que se tradujo en grandes fondos negros con una luminaria en el centro a modo de vórtice que absorbe la luz. Fue una serie de tirada corta, que curiosamente tuvo una gran aceptación por parte de los coleccionistas.

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