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Escultura

El huevo como núcleo, forma elemental y hallazgo En su última etapa, a comienzos de 2014, Cristina Iturrioz llegó a la conclusión de que la forma más simple y sencilla era a su vez la más elegante y plástica. Esa forma la encontró en el huevo como origen y núcleo de la vida, como principio y génesis de toda una larga secuencia vital, que habría de darle apoyo y base para todos sus deseos expresivos e inquietudes artísticas. Así nació la serie El huevo, en la que la autora ha dado cauce, en formas ovoides, a todas las ideas que bullen en su mente.


Recordemos que el arte es concepto, más allá de su sentido plástico u ornamental. El Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot dice: “En el lenguaje jeroglífico egipcio, el signo determinante del huevo simboliza lo potencial, el germen de la generación, el misterio de la vida. La alquimia prosigue manteniendo ese sentido, precisamente porque se trata del continente de la materia y del pensamiento. Del huevo se pasa así al Huevo del Mundo, símbolo cósmico que se encuentra en la mayoría de las tradiciones, desde la India a los druidas. La esfera del espacio
recibía esa denominación; el huevo estaba constituido por siete capas envolventes (los siete velos o esferas de los griegos). El huevo ha sido una serie muy fértil. Un encuentro casual, de los que el azar regala sin apenas haberlo buscado. En una suerte de frenesí total, la pintora Cristina Iturrioz comenzó a pintar fotografías de huevos en formato 60 x 40 cm con una rica técnica mixta, a base de pigmentos acrílicos, lacas, barnices… Buscaba texturas y efectos para lograr la obra artística más acertada en su manos. Así nacieron formas ovoides pictóricas de todo tipo, como los homenajes a sus admirados maestros Joan Miró, Piet Mondrian, Jackson Pollock, Antoni Tàpies, Eduardo Chillida… los grandes del arte que merecen reconocimiento. Sobre las formas ovoides ha pintado
abstracciones, paisajes, geometrías de arlequín, lunares flamencos, irisaciones, naturalezas… hasta un huevo de Fabergé, como guiño a las célebres joyas de los zares rusos. “En gran número de sepulcros de Rusia y Suecia se han hallado huevos de arcilla, depositados como emblemas de la inmortalidad”, recuerda Cirlot en su Diccionario de símbolos.


La imaginación de la autora parecía insaciable. “Solo dejo una serie cuando comienzo a ver que me repito”, afirma. Los resultados visuales obtenidos con esos huevos pictóricos iban estimulando a la artista. Seguidamente llegaron las combinaciones de huevos, de manera diferente a como antes había alternado las bailarinas, los jinetes y muñecos articulados. Presencias y ritmos renovados en cuadros de gran formato. Después siguió la manipulación pictórica sobre las formas ovoides, como si Cristina Iturrioz no pudiera deslindar la pintura de la fotografía, géneros artísticos en los que ella se encuentra en su elemento. La escultura, la tercera dimensión que ya abordó en los relieves de los murales, aguarda las formas ovoides exentas, de gran formato. La autora sueña con el tamaño monumental, al aire libre. Todo llegará. Todo a su tiempo.


La carrera artística de Cristina Iturrioz ronda los veinte años. Su cabeza y su mente son un hervidero de proyectos. Conceptos e imaginación no le faltan; energía para llevarlos a cabo, tampoco. La artista se encuentra en una etapa de plenitud y primera madurez. Le queda mucho por hacer, pero cuando se vuelve la vista atrás, uno encuentra un buen trabajo, que da base al presente y al futuro. “El arte es un anhelo de perfección y un refugio contra la muerte”, pensaban los clásicos. Clásico quiere decir universal, permanente. La artista navarra también aspira a ello, a modo de acicate vital y artístico. Como afirma su admirado Gerhard Richter: “Art is the highest form of hope” (el arte es la forma más alta de la esperanza)

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